Aprendiz de escritor...arquitecto de mi existencia.

rio laja chile

GUSTAVO ARANEDA

lunes, noviembre 19, 2007

CEFERINA Y DAGOBERTO ( 4a. parte)

Esa madrugada después del sepelio, en casa de Juancho, Ayentemo estuvo a un trís de forzar el candado, pero se detuvo sólo por el hecho que entre ellos, siempre se habían respetado en todo, y cuando uno le pedía al otro algo, y si el otro podía hacerlo, eso era sagrado, y se hacía, por lo que no era el momento ni el lugar para romper con esa costumbre, aunque ya estaba muerto, así que iría a buscar la llave donde el juez.

Pasaron más de dos meses y recién Ayentemo se puso de acuerdo con el Juez para su visita a Traiguén, pero excusó a su mujer e hijos, señalando que si disponía de unos días, situación que el Juez aceptó y afinaron los detalles, pero fue muy cuidadoso de no mencionar la caja de Juancho.

El viaje se le hizo muy corto, pues viajó en sus pensamientos, repasó todas las conversaciones con Juancho, a quien cada día echaba mas de menos, empezaba a comprender la sabiduría innata de su, en términos reales, su padre, entendiendo a cada día el amor que ambos se profesaban, recordaba que Juancho decía que él aprendió de los mapuches a nunca castigar a los hijos, “eso es muy malo, hay que hacer que entiendan… son mas que un caballo, y a los caballos los podi amansar y enseñar a punta de puro cariño, y nunca te van a dejar botao”, cada vez que podía se lo recordaba y Ayentemo así lo hacia con sus hijos

Desde pequeño sentía que era diferente a los otros niños, porque no tenía madre, nunca quiso ir a la escuela, para no tener que callar cuando le preguntaran por ella, y Juancho nunca lo obligó. Uno de sus grandes dolores era en no poder ir a ver a su madre, con la frecuencia que el hubiese querido pero, uno, por lo difícil de llegar y otro por el tiempo que le llevaba llegar hasta ese recóndito lugar donde estaba enterrada, y bueno, casado y con hijos y viviendo el Angol era casi imposible hacerlo.

Trataba de encontrarle explicación a la presencia cercana del sargento Ramírez para con él, pero a medida que pasó el tiempo se fue acostumbrando, por eso que no le llamó tanto la atención, su presencia en el funeral de Juancho, se recordó que siendo conscripto varias veces lo invitó a su casa, con la excusa que le ayudara en algunos trabajos domésticos y de paso le aprovechaba, de manera muy cuidadosa, de enseñarle modales, “Nunca se sabe cuando lo pueden sentar a la mesa de alguien importante y hay que saber comportarse”, costumbre que él hace con algunos de sus conscriptos, quizás a modo de devolver mano, además eso le ayudó mucho, para no desentonar, cuando el juez lo sentaba a su izquerda en el gran comedor de su casa y siempre comíamos los cuatro, el juez, su señora y la Melania que se ubicaba frente al juez, en la otra cabecera….

Lo que mas le desconcertaba de todo esto era un detalle que en un comienzo no lo consideró, y que ahora lo confundía totalmente, como Juancho pudo tallar esa frase si él era analfabeto… alguien lo talló por él, o alguien le escribió el mensaje y el solo lo talló…

Le hacia falta su “yunta” Marambio, para que le ayudara a ver con claridad todo esto, desde que habían llegado al Regimiento eran como hermanos carnales y varias veces le acompañó a los Sauces, cuando iba a ver a Juancho, le gustaba salir a cazar, pero con onda, decía que así era mas justa la caza… y tenía una puntería… difícilmente erraba un tiro, al igual que con el fusil, tenía paciencia y podía pasar horas totalmente quieto, pero no así su mente, el era de Nacimiento, y cada vez que nos íbamos a la orilla del río, cortaba trozos de rama de una manera muy peculiar, lanzándolos a la corriente; “para decirle a mis hermanos que estoy bien” .

Cada vez que escuchaba decir eso a Marambio, o cuando hablaba de sus hermanos, a él le hacia dar un cosquilleo en el corazón, porque muchas veces deseo tener un hermano, un hermano con quien jugar cuando niño, para salir a buscar nidos, sentarse a la orilla de la línea del tren para verlo pasar, cosa que muy pocas veces hizo, y por último, alguien con quien pelear y después seguir jugando, Marambio, en muchas cosas era como su hermano, pero lo habían trasladado a la escuela de Caballería de Quillota, y esa parte estaba algo lejos como llegar e ir.

Al pasar por Los Sauces, por primera vez pensó en los parientes de su madre, ¿quiénes eran?, por primera vez quiso saber como era el rostro de su madre, a pesar que, según él, siempre lo supo a través de sus sueños desde niño, en ese momento se sintió partido por la mitad, pues la otra mitad ya no existía, quien podía haberle dicho como era su madre ya no estaba con él, esa mitad ignorada se había ido con Juancho a la tumba, ahora todo era de cero, él comenzaba una nueva familia y salvo la relación de amistad con el juez, su sargento Rodríguez y su capitán Muñoz, nada mas había, por lo menos de su parte, las historias de un padre bandido y una madre que solo conocía su nombre, Ceferina, sin apellidos, por el lado de su mujer si había familia, pero era la de ella y él era el allegado, aunque desde un principio, siempre lo hicieron sentir uno mas, era una situación que él había elegido y a estas alturas era muy complicado destapar esa olla.

No se hacia idea de lo que contenía la caja, ni de las cosas que podrían ocurrir, a propósito de lo mismo. Lo que tenía claro era que con el juez se había granjeado una amistad muy especial y sentía que de parte de ese anciano, ahora, había una actitud de mucho cariño, respeto, hasta se podría decir como de un abuelo, abuelo que él nunca tuvo.

No era mucho lo que sabia del juez salvo, que era el juez del pueblo por muchos años, que era muy querido y respetado por toda la comunidad traiguenina, él decía a veces; “que el día que me muera me van a tener que enterrar en la cima del Chumay”.

Desde que se contrató en el Ejercito, nunca ha salido de su querido Regimiento N° 3 “Los Húsares de Angol”, como conscripto y soldado, sumado sus condiciones innatas de centauro, lo hizo pasar mucho tiempo entre las bestias, y sus guardias, apostado, le dejaban tiempo para pensar y repasar las enseñanzas, en temas de la vida, de su maestro Juancho, y de los temas profesionales, el permanentes estímulos a la superación por parte del oficial y del sargento.

Lo sacó de sus divagaciones la voz del conductor, que solicitaba todo los boletos ya que estaban próximo a llegar a Traiguén, última estación del viaje.

Llevaba una pequeña maleta, la caja y la revista En Viaje y una edición de el Diario El Mercurio, esta vez vestía un elegante terno de casimir gris obscuro y un sombrero de fieltro, al descender del tren, le esperaba el juez quien se sorprendió al verlo;

Don Celedonio, ¿qué le pasa?, parece que hubiese visto a un fantasma…mientras se abrazaban…
No, nada… este último tiempo he tenido algunos problemas para respirar, y esta vieja locomotora que deja todo lleno de humo…
Le traje algo para leer,
pasándole el diario y la revista…
¡Qué bueno!… bonito gesto de su parte…y ¡que elegante que viene!…
Mi sargento siempre decía que "para las ocasiones especiales hay que vestirse de manera especial"…
Pero ¡Ud viene mas encachao que la yegua del tony!…
¿Y cómo esta su señora?
Algo delicada de salud… Ud sabe, los años
¿Y la señora Melania?…
A ella no le entran balas…
No es que lo quiera echar si apenas a llegado, pero ¿por cuántos días viene?
Por tres días…
Se nos van a ser muy cortos…

Y continuaron hablando de trivialidades mientras que un empleado de él acomodaba el equipaje en el viejo automóvil, y mientras iban abandonando el andén, don Celedonio respondía a los saludos de las personas con las que se cruzaban.

Esta estación tiene como setenta años… cuando recién llegó el ferrocarril acá, yo me iba a Santiago a estudiar Leyes…
¿Ud siempre ha sido de acá?…
Prácticamente, salvo los diez años que viví en Santiago, y a penas pude, volví…
¿Ud conocía a mi papá don Celedonio?
Todavía quedan postes del viejo telégrafo, ¡a propósito!, acabo de terminar de leer una novela que se publicó el año pasado de un coterráneo nuestro,¿ por qué me imagino que ud se siente traiguenino, al igual que yo?, ¿verdad?, Luis Durand se llama el escritor, y la novela se llama Frontera, le sugiero que la lea, y si ud quiere, le presto el libro, pero con el compromiso que para la próxima vez que venga me lo traiga de vuelta…Esta tierra es muy linda, ¿Qué me preguntó Ud?
No, nada, fue algo sin importancia…
Sabe Ayentemo, cada día me siento mas cansado… ya es hora de empezar a ordenar las cuentas, mire que una de esas, me llaman de allá arriba, antes de tiempo y no quiero dejar nada pendiente…
¿Eso me incluye?…
¿Ud cree?
Si…
Entonces.. si…

Se sentaron a el asiento posterior del auto, el juez se rellenó y acomodó el sombrero, era una situación muy especial, era como una partida de dos avezados jugadores de poker, ninguno quería mostrar sus cartas, aunque el joven algo ya había anunciado… avanzó lentamente el automóvil por las calles del pueblo rumbo a la casa del juez, ambos iban silenciosos, el juez como dormitando y Ayentemo mirando hacia fuera…

Descendieron del automóvil, les esperaban la esposa del Juez y Melania, a quienes Ayentemo saludó muy cariñosamente, mientras el chofer bajaba el equipaje, el cual dejó junto a la mesa de arrimo que estaba en la entrada de un gran pasillo que dominada el interior de casa…

Ayentemo, ¿trajo la caja?, se produjo un silencio momentáneo, y el joven asintió con un movimiento de cabeza,
Bien, entonces los tres días se nos van a ser muy cortos…
y el juez entró a su despacho cerrando la puerta tras si.

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